A menudo, la juventud es foco de nuestra atención producto de alguna crisis –ya sea por las tasas de desempleo, su participación en actos violentos, la probabilidad a ser padre o madre prematuros o por las enfermedades o infecciones de transmisión sexual-. Me gustaría hablar sobre esto. No pretendo contrariar la idea de que la juventud es vulnerable a ciertos riesgos e incluso puede crear riesgos para sí mismos y su contexto local. Sin embargo, me gustaría revisar la manera en que la juventud, el riesgo y la vulnerabilidad son asociados, de manera que los y las jóvenes aparecen como el problema (o la solución), en lugar de ser vistos como integrantes de una sociedad y comunidad mundial que están llenas de problemas.
Pero primero, ¿qué es ser joven? La respuesta corta es, depende. Hay algunos desarrollos físicos, cognitivos y sicosociales que delimitan el periodo del curso de la vida que llamamos adolescencia, que tiene lugar entre los 13 y 19 años. “Juventud” es más una edad social que un periodo de desarrollo. Es ese periodo de transición entre la dependencia de la infancia y las responsabilidades de la adultez. Esta fase social puede ser más larga o corta dependiendo del contexto. Dicho esto, las definiciones son necesarias (para las políticas públicas, por ejemplo). La Organización de las Naciones Unidas usa las edades entre los 15 y 24 años como un rango en el cual mucha gente joven es considerada socialmente como “joven”. Estas son pautas. La gente joven puede o no ajustarse a estas definiciones basándose en las transiciones asociadas a cada género y los aspectos socio-económicos de cada sociedad.
Fuente: Human Development Reports